Tened a mano un cubo y procurad comer bien antes de continuar
leyendo esto porque la detallada descripción del fenómeno primaveral que haré a
continuación puede dejaros sin apetito de ahora a un mes.
Hace unas semanas nos escribieron pidiendo que cocinásemos unos
caracoles y la reacción de todas fue la misma que la de cualquier persona del
mundo al entrar en su casa y oler una coliflor.
Pensamos que los caracoles iban a encajar mejor en otra
categoría del blog, por supuesto, la de comida que no debería existir. Pero como
no se puede hablar sin saber ni criticar sin conocer, he tenido que probar los
caracoles, y me alegra decir que la experiencia ha sido irrepetible. Porque no
la pienso repetir, vaya.
Me pedí una tapa y me pasé de generosa. Empezando por un
olor que tira para atrás y una pinta que si ya te has ido para atrás te hace
retroceder aun más, solo hay que pensar en el asco que dan cuando están vivos
para comprender que cocinados solo pueden dar más todavía.
De sabor no se puede hablar porque básicamente no tienen, lo
que me lleva a pensar si para eso no es mejor tomarse un chupito del aliño que
le echan y ahorrarse el tener que entrar en contacto con ese animalillo.
Comer caracoles es como comer lengua de gallo de corral o,
en su defecto, lengua de gorrión pardo recién nacido. Pero no generalicemos,
que lo peor de todo es que hay varios tipos:
1. Caracol con complejo de cucaracha. Para reírse de la teoría
de que solo estas sobreviven a bombas atómicas y demás catástrofes ambientales.
La supremacía del caracol en el reino animal quedó más que demostrada la
primera vez que una persona mordió un caracol de este tipo y vio que ese cadáver
no se dividía. Cuenta la leyenda que después agradeció a los dioses que el
caracol no hiciese bola y engulló con la lágrima ya saltada.
2. Caracol explosivo. Es desagradable porque es verdad: las
partes que quedan fuera de diente cuando se muerde… revientan. Ya no sé qué es peor,
si el tour por la boca dándole vueltas porque no se corta o el sentir una
reproducción del bicho en la boca porque se corte.
3. Caracol implosionista. Aun muerto, este caracol tiene un
sistema de defensa personal infalible: si lo muerdes cruje para que lo escupas.
Es un crujido táctil, tu diente cobra sensibilidad para notarlo y audición para
oírlo. Nadie sabe lo que has vivido pero para ti se queda.
¡¡¡Y por si fuese poco todavía pueden traer arenilla!!! Pero
si a pesar de todo esto aun queréis probarlos, os explico las dos sencillas
maneras de comerse un caracol:
1. A sorbo. Cual cabeza de gamba, absorbe con ganas a ver si
sale.
2. A palillo. Disfruta de la vista del culo de un caracol,
negrito y enrollado.
Después de recordar mi experiencia con este animal solo me
queda una cosa por hacer: olvidar.
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