Seguramente nada más leer el título de la entrada os habrá
llegado el olor a la mente. Si, ese olor que cuando la compras, inocente,
piensas que nunca llegará porque es hasta bonita, pero que de forma mágica nada
más empezar a cocerse empieza a envolver tu casa cual bomba fétida.
Mi madre a duras penas conseguía que nos la comiésemos
embadurnadas en mayonesa o gratinadas con queso, incluso hechas tortilla. Pero si no recuerdo mal, lo que peor llevaba era la textura pastosa se termina teniendo. Con
los años y supongo que después de tantos enfados y peleas nocturnas, la pobre
se rindió y debo decir que gracias a eso, la coliflor nos visita bastante poco
en casa.
Pero bueno, por lo que se ve, la susodicha es sanísima. Está
compuesta de agua en su mayoría y por esa razón apenas tiene calorías. Además
es rica en vitamina C y fibra, y ojo, que los compuestos que desprenden ese
asqueroso olor… tienen una acción preventiva en la aparición de tumores.
Quizás sea una de las razones por la cual dentro de unos años igual le doy otra oportunidad…Ojalá aquel capaz de quitarle la cafeína al café, el azúcar a los zumos y la grasa al jamón york consiga quitarle el olor a la coliflor y darnos una alegría. Si llega ese día pronto, prometo dedicarle una receta, aunque tenga que camuflarla tanto que apenas se aprecie. Mientras tanto, puede quedarse en el estante del súper esperando a algún atrevido sin nariz.
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