Está comprobado que no hay en este mundo una comida más estomagante que un potaje de alubias, y no lo digo yo, lo dicen 5 de cada 3 personas con buen criterio (así, a ojo).
La alubia es la legumbre de los mil nombres: judía blanca,
habichuela, frijol, friajón, chícharo o incluso phaseolus vulgaris para los más
intelectuales. Yo tengo la teoría de que tiene tantos nombres porque las madres
(esos seres que tanto miran por nuestra dieta y que a veces tan poco lo hacen
por nuestras papilas gustativas), en un intento por hacer que sus hijos la
comieran, le cambiaban el nombre para ver si colaba.
Hablando
desde la experiencia de una sufridora de la ley del "si no te lo comes
ahora lo meriendas, y si no, lo cenas", puedo confirmar que en el infierno
no hay lava sino alubias frías, que son más vomitivas aun.
Estamos
hablando de un plato con patrocinador oficial: Almax. Además, no solo le falla
un sabor simple y suave (sin contar con el tradicional pedazo chorizo que
preside a esta comida) sino también la textura, que es pastosa tanto en la
propia alubia como en el caldo que la rodea.
Intentando despedir esta entrada he estado pensado en un símil que resumiese la esencia del plato, pero como solo se me ha ocurrido sopa de moco con picatostes, mejor solo digo que las alubias no deberían existir.
Intentando despedir esta entrada he estado pensado en un símil que resumiese la esencia del plato, pero como solo se me ha ocurrido sopa de moco con picatostes, mejor solo digo que las alubias no deberían existir.
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